lunes, 4 de marzo de 2013

Loros en jaulas; aves sin alas


Ojalá esta historia fuera la de un único lorito, desafortunadamente es la historia de su especie entera. En los países desarrollados como el nuestro, los loritos nacen de un huevo, aislados de todo lo que les espera, y cuando ya han crecido lo suficiente como para distinguir los colores de sus alas, son encerrados en jaulas y llevados a pajarerías, en donde conocen a multitud de pajarillos como ellos (aunque quizás con diferentes tipos de plumas). Una vez allí, van creciendo día tras día, según aprenden palabras. Pero al vendedor no sólo le importa que el loro aprenda palabras; lo que el dueño busca es un loro que hable y sea capaz de repetir lo que sus futuros dueños digan.

Bajo ese esquema de vida, nacen y mueren cientos de ellos. Nacen, crecen, aprenden, hablan, repiten, memorizan, siguen, mueren. Pero muchos de ellos crecen incómodos en jaulas que se les quedan pequeñas, doblando sus alas, incapacitándoles más y más cada día a poder volar a su manera. Es posible que el dueño se dé cuenta a tiempo y le compre una jaula nueva. Porque puestos a estar en una jaula… Que al menos sea de nuestra talla, ¿no?

Pero normalmente, estos loritos de los que yo hablo, mueren con lesiones insanables en sus alas, mueren en la misma jaula en que los metieron de crías. Para aquellos que tienen la suerte de ser liberados de sus jaulas para buscar su propio alimento, suele ser demasiado tarde: la vida del pájaro está hecha para el vuelo, y si éste no sabe, no le queda más remedio que quedarse parado en su nido, esperando que otros lo alimenten. Mueren entonces sin haber volado ni una única vez en sus vidas.

Deja volar tu imaginación… ¿Cuántos son los dueños que a día de hoy dejan en libertad a sus loritos? ¿A cuántos de ellos les dejan desarrollar sus habilidades aéreas? ¿Cuántos loritos viven felices haciendo aquello con lo que más disfrutan? Como tú, como yo, todos los pajaritos queremos dejar atrás el loro memorístico, repetitivo y parlanchín que se espera de nosotros para poder volar a nuestras anchas. El de alas cortitas saltaría de rama en rama, el conformista medio iría de árbol en árbol, pero aquél de grandes alas que pudiera ir más alto, juguetearía con sus nubes.

Los dueños suelen querer que sus loritos permanezcan más y más tiempo repitiendo frases en sus jaulitas, mientras que las avecillas mordisquean las jaulas (grandes o pequeñas) para huir cuanto antes. Dueños del mundo, no porque esté encerrado aguantará más tiempo con vosotros. Si lo dejáis volar, tened por seguro que no querrá parar, porque cuando uno hace lo que le gusta, no son necesarias las jaulas. Ahora toca decidir si vale la pena tener pájaro en mano, más que ciento volando.

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