Querido viajero,
antes de partir ha de saber que todos formamos parte de una complejísima red ferroviaria.
Cada uno de nosotros está asentado en torno a una estación distinta. En ese
entorno se encuentra nuestra rutina, nuestros conocidos, nuestro mundo. Llegada
la hora, decidimos aventurarnos a conocer nuevos ambientes. Es entonces cuando decidimos
montar en el tren.
Tratamos de
descifrar la red que lo conecta todo y encontrar nuestro siguiente destino.
Comenzamos a conocer nuevos lugares, de los que habrá algunos a los que tardamos
más tiempo y esfuerzo en llegar, hasta encontrarnos, años después de nuestro
primer viaje, con que conocemos muchos más campos que al inicio de nuestro
largo viaje de vida.
Al comienzo del
viaje nos acompañan nuestras familias, maestros y compañeros de escuela. Según
pasan las estaciones, poco a poco los viajeros se van bajando mientras que
otros muchos se incorporan a nuestro viaje. Si sabemos bien las estaciones por
las que parar, podremos encontrarnos con viajeros que nos querrán acompañar
hasta el final de la línea. Si a eso le sumamos la suerte individual de cada
uno, podríamos incluso llevar un trayecto cómodamente sentados y sin muchas
dificultades ni traspiés. Aunque no nos debemos engañar, siempre pasaremos por
baches y frenazos.
Así es como cada
uno de nosotros acaba trazando su mapa de tren personalizado. Unos habrán
recorrido líneas enteras; otros, tendrán menos mundo. Lo que es innegable es
que hay una estación en la que cada uno de nosotros quiere parar en su vida: es
conocida con el nombre de “Prosperidad”. No se moleste, señor viajero, en
buscar dicha parada en su plano, ya que ahí no la encontrará. Para unos es
leyenda, sólo unos pocos saben cómo se llega. Si usted es de los que no la
conoce, ni siquiera pregunte a los
maquinistas: por irónico que parezca, los encargados de encaminar nuestros
viajes no saben dónde está. Si esta estación no aparece en los planos de
nuestra sociedad, es porque los gobernantes no saben cómo llegar.
Ante este plano
incompleto que se entrega a las nuevas generaciones en esta sociedad, lo
apropiado sería sustituir los maquinistas por los viajeros más sabios. Esos
nuevos maquinistas conocerían todas las vías, sus respectivas paradas ordenadas
cual peldaños, y, por supuesto, sabrían cómo llegar a la estación del bienestar.
No sería ninguna novedad, que los conductores sean un equipo de tecnócratas es
una idea existente desde que Platón conducía por la Antigua Grecia. Sin
embargo, dicha idea ha sido tachada de elitista por aquellos que menos
estaciones habían conocido, que resultan ser la mayoría.
Dado que la
democracia defiende la opinión de esta mayoría como si de la verdad absoluta se
tratase, al final de cada generación de maquinistas podríamos hacer un recuento
de todos los trenes descarrilados, sin posibilidad de reincorporarse a las
vías, a causa de tantísimos intentos fallidos por llegar hasta Prosperidad por caminos
equivocados.
No es algo de
ahora, sino algo que venimos arrastrando siglos, quedando millones de vehículos
abandonados y destruidos a ambos lados de los oscuros túneles. A pesar de no
poderse ver nada en su interior, no significa que el estropicio no continúe
ahí: primero habríamos de retirar los oxidados escombros, para después
construir nuevas vías que lleven a la Prosperidad e iluminar los túneles, con
el objetivo de no desviarnos por las mismas bifurcaciones del pasado. Cuanto
antes se arregle esta red, mejor; no vaya a ser que sepamos dónde coger el tren,
pero no en dónde habremos salido de él. ¡Rápido! Ya nos están llamando: “¡Viajeros
al tren!”
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